Yo,
pese a ser mucho de tradiciones, el ambiente donde me desenvuelvo hace
que tradiciones como éstas no se encuentren en mi lista de actividades a
conservar, pero eso no quita que desea que desaparezca antes que el sol
se esconda.
Los
disfraces que añoro son esos de una época donde ésta actividad se
trataba de un simple esparcimiento que rompe nuestro anodino mundo, lo
importante no eran los tejidos ni la temática, la empresa era
divertirse pasar un buen rato dándole el follón a alguien y que no te
conociese.
Costumbres
como las aquí tratadas tienen una característica social muy
interesante, personas "estirás" y más sosas que un andamio. Es llegar
esta época y un ente extraño los entra el cuerpo, se calzan una falda y
una peluca rubia y se vuelven irreconocibles.
Claro
está que hay que pasárselo bien y que no es necesario llevar todos un
traje de fantasía con siete metros de plumaje, pero la dignidad si es
necesario que la adjuntemos, que vale que esta época es buena para
cambiar de aires y romper la monotonía, pero eso no significa que haya
que perder la cabeza, que el carnaval pasa y luego vete tú a comprar
dignidad al mercado a ver a cuanto cuesta el kilo…
Así
que si quieres salir y disfrazarte, pues no seas tonto y hazlo, pero con
un poco cabeza que el mundo según me comentan no se acaba mañana.
Consejo de la semana: no bases todo en la improvisación.
Dar las gracias a Rocío Rodríguez por su colaboración, saludos cordiales y hasta el próximo martes.