Quizás para alguno de mis queridos lechones,
dada su juventud, mis referencias televisivas sean inexistentes en su memoria,
pero en los noventa en ciertas series de televisión era bastante frecuente
encontrar a una persona de color negro con un “loro” en el hombro.
La moda es cíclica, y tipos de pantalones que
tuvieron su momento álgido hace veinte años, ahora por caprichos del destino
vuelven a nuestros días y con más fuerza.
Hoy, no sé si será alguna de las nuevas y
absurdas modas que los jóvenes se sacan del bolsillo y que el gen de la
imbecilidad expande a ritmos insospechados, pero la cosa es que cada vez es más
frecuente encontrarte a personas por la calle y por diferentes medios de
trasporte, con la música puesta en el móvil a un volumen suficiente para poder
alegrar la triste vida al resto de la población. Claro está, nuestra existencia
es monótona e insustancial, y necesitamos cuanto antes que alguien nos alegre
el día añadiéndole un poco de B.S.O.
El respeto no se vende en las plazas de abastos
desde hace tiempo y, claro, es normal que cada vez la gente carezca más de él.
Tal vez yo esté loco, no lo pongo en tela de juicio, pero eso de ir con el
móvil a todo volumen por todos lados, yo como gurú no lo veo bien. Y no digo
que no escuches música, alma de cántaro, pero hay un invento que sacaron ayer
tarde que lo enchufas al móvil, te lo pones en las orejas y escuchas tú solo la
música. Es una cosa súper revolucionaria. Porque, por supuesto, los elementos
antes mencionados no permiten llevar la música a un nivel bajo. ¿Estamos locos?
En ese caso necesitarías acercarte a menos de doscientos metros para oírla.
Algún alma rebelde podría excusarse diciendo
que en los bares y tiendas muchas veces hay hilo musical, a lo que yo respondo
que qué tendrán que ver los huevos para comer trigo. Hay una diferencia
bastante grande entre una cosa y otra. Y ya no solo en el volumen y las formas,
sino en el hecho de que yo puedo elegir entrar a un establecimiento u otro,
pero no puedo elegir quien vive en mi ciudad. Por eso llamo al civismo.
Yo creo que un poco de civismo de vez en cuando
no hace mal, e ir dando tormento con la música a todo meter en el dispositivo
móvil no es lo más elegante. Sé que algún lector reticente a mis textos sacará
pegas y pondrá escusas pero lo cierto y verdad es que en el fondo de su corazón
sabe que tengo razón.
Como conclusión: respeta a los demás y da el
tormento justo.
Consejo de la semana:
Malmeter un poco menos.
Dar las gracias a Carmen Yanguas por
su colaboración y a Marcos López. No sed tontos y proponed algún tema vosotros
también. Nos vemos el próximo martes.
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